martes, 18 de diciembre de 2012

EL REGALO



Llegué al lugar indicado, era un hotelito discreto y apartado, de esos especializados en encuentros digamos, prohibidos.
Recogí el sobre donde estaban las llaves de una habitación y una tarjeta: “Entra y ponte lo que hay encima del mueble”, rezaba.
Mis expectativas se estaban cumpliendo, mi estado febril y la formidable erección que me acarreó la nota así lo atestiguaban.

No era cuestión de arrepentirse por unos nervios, por muy locos que fuesen.
Respiré hondo y entré, la habitación estaba en penumbras salvo por la tenue luz que salía del baño.
Había, efectivamente, un mueble y, en él, unas prendas que me hicieron abrir los ojos como platos. Dudé entre seguir adelante o salir de allí, tal era la confusión que me provocaron.
Encima del mueble, con otra nota que, rezaba “para ti”, estaban colocados unos zapatos de tacón de mi talla, unas medias, un liguero, un corsé, un collar de perro y un dispositivo de castidad masculino CB3000.
Sopesé largamente las opciones que, no eran otras que, seguir adelante o abandonar y dejar atrás la única oportunidad de poner en práctica mis fantasías de sumisión.
Los ruiditos que oí en el baño me decidieron, con un esfuerzo formidable, fruto del temblor que provocaba mi excitación y nerviosismo, me desnudé y pasé a transformarme en un sumiso vestido con lencería e imposibilitado para usar su miembro por un dispositivo de castidad.
Una vez vestido, observé la imagen del espejo, no podía creer que la putita en lencería del espejo fuese yo.

Una fuerte molestia reflejó el intento de erección impedido por el cinturón de castidad cerrado sobre mi pene.
Su voz me llamó desde el baño, entré titubeante y ruborizado. Allí estaba, de pie en el centro del baño, no habló, se limitó a señalar por gestos que me girase para ver bien su obra.

Me ordenó desnudarla, la bañera rebosante de espuma y sales, introducirla y proceder a bañarla y frotarla con cuidado y delicadeza.
Fue todo un ritual, mi mundo se redujo a ese cuerpo maravilloso, lo acaricié, lo froté, lo mimé. Ella, mientras, se administraba un chorro de agua tibia en su altar, en su feminidad, disfrutando de su estimulación y mis caricias, hasta que (no puedo asegurarlo porque intentó que no lo notase) alcanzó su clímax.

Cuando dio por terminado el baño, me ordenó secarla bien y untar crema hidratante todo el cuerpo.
En los espejos vi reflejadas 2 mujeres, una, como una diosa, desnuda y recibiendo  todas las atenciones posibles, otra, vestida como una putita, procurando el placer de su diosa.
El placentero dolor que me proporcionaba mi polla encerrada intentando una erección imposible me recordaba que, esa putita, era yo mismo.

Cuando concluí, me cogió por el collar, arrodillado como estaba ante ella y arrastro mi boca a su sexo, ¡Este es tu premio!, dijo. Acaricié suavemente con mi lengua, casi sin tocarlo, su lugar sagrado. Lo besé, lo lamí y lo adoré hasta que explotó y, su maravillosa humedad, me empapó el rostro.

Después la llevé en brazos hasta la cama, con cuidado de no rompernos el cuello subidos en mis tacones.
La deposité suavemente y le dije: “Bueno, mí amor, ya me ocupo yo de recoger a los niños del colegio, tú descansa, tu amigo llegará en breve, nos vemos en casa para la cena, cada día te adoro más”.

Me vestí, con mi CB puesto y las llaves colgando entre sus hermosos pechos que recuperaban la respiración para cuando llegase su amante, y salí para volver a mis obligaciones, dejando a mi esposa, mi diosa, que siguiese disfrutando de su regalo de cumpleaños.

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